domingo, 31 de enero de 2010

Soledad Incandescente.

En una noche fría de invierno, el viejo hombre permanecía ante la chimenea observando la energía calorífica que desprendía la robusta madera de arce. Las lenguas de fuego envolvían los troncos, consumiéndolos con rapidez, el octogenario hombre se levantaba cada cierto tiempo para añadirle madera a su vetusta chimenea. Le gustaba observar la combustión de los trozos de madera, ya que le recordaba imágenes de tiempos mejores, pensaba en su madre, su padre y sus hermanos, soñaba con volver a verlos junto a el. Alguna que otra tarde su curtido rostro desprendía por las cuencas de sus ojos lágrimas de añoranza, lágrimas de recuerdos... A continuación el débil abuelo se levantó de la silla, se dirigía hacia la cocina cuando el timbre sonó, se acercó a la puerta, agarro el pomo con fuerza y abrió la puerta con energía. Allí aparecieron su hija y su nieta que le arrancaron una gran sonrisa y por una vez de sus ojos se desprendieron lágrimas de felicidad.

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